Reconocí tu suspiro cuando irrumpiste en mi
lecho insomne.
Detrás dejamos las puertas abiertas
para ir por las primicias tras la noche.
Mecíanse en el vaivén de las aguas, de los
hombres del océano
las humildes barcas.
Acotejaban sus redes para bogar por el sustento
anticipando el alba.
Nos calzaba el pasto en nuestra cita temprana.
Sonreía la menor lumbrera
ante aquel paseo sublime que confortaba el
alma.
Al asomo de la gran estrella
inmutó radiante su blancura plena.
Despidió la travesía nuestra, el dibujo sobre
la mar atlántica
de la plateada estela de su luz sin mácula.
Diluyose la angelical expresión de su faz,
cuando se impuso el señor del día.
Desprovistos nos dejó de la guardia de su ángel,
mas, extemporánea, en nuestro auxilio con el
crepúsculo, retornaría.
De las olas el bravío, a tiempo, doblegaría.
Visitadas otras tierras,
hasta el puerto de los pueblerinos, sería la
fiel guía.
El mayor astro volvió a su escondite y nos dejó
a solas,
bajo la claridad del rostro lunar como de
cristal.
Ella acompañó nuestro camino hasta la confiada
apertura de mi portal,
hasta el
aposento callado de mi trasnoche,
hasta el amargo vacío de mis sábanas manchadas,
hasta el húmedo frío de tu almohada solitaria.
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