Los aguaceros de mayo ponen tan en evidencia las fragilidades de nuestras comunidades, que a los residentes en la ciudad nos cuesta bastante apreciar la manera en que también son favorecidas las tierras de nuestros campos.
Nada como la lluvia para devolver la fertilidad a nuestros suelos y con ello la productividad a nuestros campos.
Por eso se cree que quien se moja con la primera llovizna de mayo es bendito. Por alguna especial causalidad me tomé un trago de las primeras aguas del mes quinto. Los siguientes versos nacen de esa experiencia y de un encuentro casi fortuito.
"Tu llovizna, mi primicia"
Perdía
sus alas la esperanza
cuando me
acerqué a tu noche
ya libre
de ansias.
Me
abandonó la ebriedad de tu amor incierto
que
alienó mis sentidos, me arrastró a tu desierto.
Una copa
de cordura relevó a la locura
con que
quise descubrir tus virtudes de campo
en tu
mirar de encanto.
Azuzó mis
llamas el encuentro casi fortuito
en que
aprecié apacible tu espíritu libre.
Me
sedujeron nuevamente la simpleza de tu esencia,
tus
silencios atentos y tu gracia fresca.
Sentí que
el arroyo de tus palabras corría a mi favor,
que a mi
llegada intrusa perdiste el temor.
Dio vida
a mi ilusión de infante,
el
recuerdo de los tuyos cuando visité, atrevido,
tú pueblo
distante.
Pronto volví
a verte tras el abrazo de mi despedida.
El color
de los criollismos tuyos
me supo
al manjar de una fiesta para la alegría mía.
Los
cielos le sonrieron a nuestro bonito rato.
Lo supe
cuando en tu partida
del mes
quinto, en su primer día,
nos
bañaron las primicias de tu lluvia fría. ed*
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