De sus pétalos sensibles
destila el mejor perfume,
que jamás tuvieron las flores.
Su color es de todos el más vivaz.
Aunque el sol le marchita con facilidad.
Pero su tallo, a falta de fresca agua,
se vuelve flácido.
Y por lo mismo van cayendo también sus pétalos.
A penas, quizá, quede uno,
pero de su fragancia aún conserva mucho.
Un repentino ventarrón, de las manos arrebató
mi más preciada flor.
Con la brisa se ha perdido
y llevó sus mejores aromas consigo.
El viento la llevó a un lugar apartado
pues la expuse, entre mis dedos,
al calor del día y le apreté demasiado.
Prefirió ella dejarse elevar por los aires
para renovar su color.
Para endurecer su tallo, retoñar en su belleza
tan sutil cual siempre mostró su esplendor.
Si le ha visto usted, lector, no demore, por favor.
Y cuénteme bien a prisa donde encontrar escondida
la muy hermosa, valiosa y delicada flor ligada al alma
mía.
ed*
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